El insecto liba tranquilo apoyado sobre los pétalos de la flor blanca y carmesí. Es una flor tropical de extraordinarias proporciones, de grandes labios y forma tubulada, soberbia, todo néctar sobre su cáliz.
La mosca golosea y se aferra con sus patas sobre la superficie membranosa, trata de no resbalar mientras se atiborra de dulce. Pero la flor no regala su licor. Antes de que pueda reaccionar, la mosca cae atrapada en una campana interior donde queda cubierta por un líquido viscoso. No hay escapatoria. Pronto debe iniciar la labor de recorrer la estrecha cánula que conduce al androceo. Lentamente pugna por salir. Asciende por la resbaladiza trampa. Busca la salida. Logra apenas asomar afuera la cabeza. Un último esfuerzo, un empuje más batiendo las alas. Y ya, ¡por fin! se libera de su captora. Los sacos de polen cuelgan adheridos a su abdomen...
-¿Ya está? -Pregunta Inge. –¿Te corriste? ¿Eso fue todo?
-Sí. -Responde Alex, sonrojado.
Inge: 39 | 32 | 31 | 24 | 20
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