Saturday, February 26

xliii. nona

"Cuando apartas las cosas no las dejas atrás, tan solo a un lado...
donde es fácil mirar sin querer cuando giras la cabeza."


En su día casi estuve por tirarlo todo al cesto de la basura, todas sus cartas, sus fotos, sus pinturitas... Tiempo después, quizás por ese empeño mío en no extraviar del todo la memoria, tan sólo relegué las misivas al cajón del olvido.

Ahora, que han transcurrido casi ocho lustrosos años, vuelvo a leer y trato de comprender -hago acopio de fuerzas, frunzo el ceño y escudriño los confines de mis entendederas- sus palabras desde la distancia. Las he transcrito manualmente a un blog -no guardo de ellas soporte digital-, letra a letra, con sus sangrías originales -o mejor ausencia de ellas-, sus retornos de carro, sus erratas y sus faltas de ortografía. Rescribir así el texto, además de exigir de mi una lectura más atenta y condescendiente, ha tenido un efecto benéfico, homeopático casi diría.

Después he modificado la bitácora, eliminando en lo posible cualquier rastro que pueda alimentar la voracidad de Google -de apetitos excesivos ya fuimos bien servidos-. He deshabilitado links, feeds, comentarios... En ningún caso ella debe leerlo, y casi nadie tampoco. Pero era algo que necesitaba mostrar ahora, precisamente, en estos días ya tan lejanos e indiferentes a nosotros.

Volviendo muchas páginas atrás, girando sólo a medias la cabeza...

La cita que encabeza el post es autoría de marcapáginas. Gracias.

Friday, February 25

xlii. memoria


"Si piensas que es un lujo tal vez debas permitírtelo, porque la vida está llena de lujos a los que no tienes acceso. Al menos la pérdida de tiempo es un lujo universal, como los impuestos sobre los hidrocarburos..." -Prada


Hubo un tiempo, hoy lejano, en que la vida andaba remolona al escribir sobre mí en su diario.

Por entonces yo pensaba que la caprichosa vida se había olvidado de mí para siempre y que por esta razón me permitiría quedarme ante ella como un afortunado espectador -crítico, decía yo, desde la distancia, carente de mayor implicación-; que siempre podría limitarme a permanecer observando con los ojos del buen salvaje el mundo como si fuera una representación, un gran lienzo, una mojiganga, que bastaba con retrotraerse a la causa primera para entender la inutilidad de todo esfuerzo, la esterilidad de toda empresa humana, mero producto del azar y la vanidad... Fueron tiempos más o menos apacibles, y duraron en tanto que el vagabundeo me salió regalado.

En aquellos días –tardes, preferiblemente- pasaba yo las horas tumbado, como perro, en el terrado de la casa de los viejos, realizando todo tipo de inventarios inútiles, contemplando la ropa tendida mecida por el viento, la luz del sol crepuscular dibujando geométricas figuras sobre las paredes de cal, el vuelo de los pájaros trazando las elipses de un compás efímero [...]

En tardes como ésta, tan malogradas por suerte como aquéllas, vuelvo aún mis pasos hacia el viejo terrado y recupero la memoria.

Alejandro N.