Había en primer lugar la vieja Inglaterra, país de catedrales, de abadías, de casas de campo y albergues (...), la Inglaterra de las guías turísticas, de los grandes itinerarios y caminos llenos de sorpresas (...)
Enseguida viene la Inglaterra del siglo XIX, la Inglaterra industrial del carbón, del hierro, del algodón, del ferrocarril; de las miles de pequeñas casas alineadas, todas iguales, de las iglesias neogóticas, (...) de las fábricas textiles, de las fundiciones (...) Un paisaje devastado con pequeños pueblos cubiertos de hollín y, más negras aún, ciudades siniestras parecidas a fortalezas. Esta Inglaterra forma la mayor parte del Norte y de los Midlands, y existe por todas partes (...)
La tercera Inglaterra pertenece a nuestra época. América ha sido su verdadero lugar de nacimiento. Es la Inglaterra de las carreteras nacionales, de las estaciones de servicio, de las fábricas que parecen salas de exposiciones, de los cines, las salas de baile, los cafés, los bares donde se beben cócteles, de los coches (...) Es el dominio de la producción en masa, de la fabricación a gran escala y a precios reducidos (...)
La Inglaterra del paro (...) He vuelto a ver a hombres de mediana edad que, sabiendo que estaban ociosos y eran inútiles por razones que escapaban a su responsabilidad, se sentían vencidos y degradados (...) Los jóvenes que han crecido a la sombra de las oficinas de empleo, más que trágicos casos individuales, constituyen, tomados en conjunto, una tragedia nacional.
Enseguida viene la Inglaterra del siglo XIX, la Inglaterra industrial del carbón, del hierro, del algodón, del ferrocarril; de las miles de pequeñas casas alineadas, todas iguales, de las iglesias neogóticas, (...) de las fábricas textiles, de las fundiciones (...) Un paisaje devastado con pequeños pueblos cubiertos de hollín y, más negras aún, ciudades siniestras parecidas a fortalezas. Esta Inglaterra forma la mayor parte del Norte y de los Midlands, y existe por todas partes (...)
La tercera Inglaterra pertenece a nuestra época. América ha sido su verdadero lugar de nacimiento. Es la Inglaterra de las carreteras nacionales, de las estaciones de servicio, de las fábricas que parecen salas de exposiciones, de los cines, las salas de baile, los cafés, los bares donde se beben cócteles, de los coches (...) Es el dominio de la producción en masa, de la fabricación a gran escala y a precios reducidos (...)
La Inglaterra del paro (...) He vuelto a ver a hombres de mediana edad que, sabiendo que estaban ociosos y eran inútiles por razones que escapaban a su responsabilidad, se sentían vencidos y degradados (...) Los jóvenes que han crecido a la sombra de las oficinas de empleo, más que trágicos casos individuales, constituyen, tomados en conjunto, una tragedia nacional.
J.B. Priestley, English Journey. 1934
5 comments:
Ayer fuí con una amiga al Sheraton, es estupendo tomar un té allí, porque además de ponerlo rico (y bien)ponen pastas y salvo congresos la cafetería es muy tranquila.
Y estábamos hablando de un centro comercial que han hecho justo detrás, junto a la Ría (hablo de Bilbao).
Y le comentaba yo que no entiendo esta manía que nos ha entrado de ser como los americanos.
La vida de Europa es otra, la distribución de las ciudades, los Ayuntamientos, las calles comerciales etc...
Esta manía de los "colmados" y centros comerciales, dentro de una ciudad es ridícula.
En realidad se está evidenciando eso, porque apenas va gente.
(he posteado copiando el enlace, pinchando no se abre la ventanuca)
Beso y beso.
M
Cuando posteaba pensé precisamente en tu ciudad. Recuerdo mi última estancia allí, hace años, cuando las grúas todavía coronaban la estructura del coloso aún en ciernes y la ciudad se esforzaba por estirar su músculo productivo y convertirse en una ciudad de los servicios. Eran nítidas todavía las huellas de ese “segundo paisaje” del que hablaba Priestley, el del carbón, del hierro, las fábricas, las fundiciones, las casas alineadas. Yo por entonces aún era estudiante –cursaba mi especialidad en Economía Urbana- y contemplaba el paisaje que se ofrecía a mi vista con mórbida curiosidad –como un médico posiblemente contempla un pleurisma en la radiografía-.
Este post me vino a la mente al hilo de mi paseo habitual de los domingos. Vivo en una zona de Madrid rodeada de zonas ajardinadas. No es un barrio privilegiado, es una zona afectada por la esclerosis de la M-30. Hace años, la Estación del Norte quedó cerrada. Durante tiempo allí sólo crecía la herrumbre, los escombros y las malas hierbas. Era refugio de vagabundos y toxicómanos. Ninguna iniciativa privada fue capaz de rescatar al barrio de su abandono y degradación. No había centros comerciales, ni oficinas bancarias, ni sedes de empresas. Nada había, a pesar de su proximidad al centro y sus relativas buenas comunicaciones.
Luego, muchos años después, llegaron los planes urbanísticos y la especulación: primero fue el intercambiador de transportes y el adecentamiento de las zonas verdes –dinero público-, más tarde hicieron su aparición estelar los complejos residenciales, zonas ajardinadas con olivos y setos, separadas de la vía pública por vallas de más de dos metros de altura. Todo esto supuso un pingüe beneficio para las inmobiliarias protegidas por el Ayuntamiento. Sin embargo, la vida en el barrio no cambió de forma significativa, lo que antes estaba cercenado por las vías del tren ahora quedaba confinado por las vallas de la propiedad.
Este pasado domingo me encontré con una sorpresa. Hacía meses que no pasaba por ahí. Mi camino habitual al trabajo toma el sentido contrario, y los pasados hielos me habían hecho desistir de mis paseos habituales. Ante mí, de forma imponente se alzaba como un huevo un nuevo centro comercial... un sendero de insólitas palmeras encerradas en tiestos de caucho indicaban la puerta del suntuoso lugar... el interior de la vieja estación de estilo modernista había sido ocupado por las lucecitas, las cristaleras y el plástico de infinidad de tiendas todas idénticas, todas con el mismo gusto por el escaparatismo de franquicia, el mismo olor blando de lo nuevo y de lo desechable...
La arquitectura del centro no ha respetado en absoluto el entorno, -como suele ser habitual-. Se ha limitado a subrayar la magnificiencia herreriana y franquista del store y a confinar el espacio para usos específicos. Alrededor de la inmensa aeronave espacial, el silencio: lógico, las calles circundantes han quedado totalmente intransitables con tanto seto, verja, tapia, alambrada... el viejo barrio anegado, más moribundo que nunca: las tiendas tradicionales echando el cierre, los pobres y los vagabundos cruzando la acera amenazados por los jurados... En cambio, como contraste el interior azul y rosa del centro, el olor a Pachulín y a Donut, a lino y a moqueta, a la tranquilidad y el bienestar de quienes no desean ser molestados un domingo con imágenes desagradables y ruidos molestos. Ellos ya se han ganado su fin de semana.
Entonces me acordé de aquel texto del viejo periodista, cuando recorría su Inglaterra en los tiempos de la Gran Recesión. El paralelismo me resultó muy evidente.
Ese té con pasas en el Sheraton resulta prometedor. Ojalá algún día podamos compartir uno junto con una buena conversación.
Un abrazo,
Pues a decir verdad se está mucho mejor en un bar con terraza que está un poco más allá, junto a la Ría. Dejas de espaldas el hotel...y de paso el Euskalduna y sus espantos, esa especie de árboles demenciados, esas farolas queriendo ser grúas de puerto y ese edificio que tiene de barco lo que yo de bailarina exótica.
Pues eso, como te iba diciendo, que se está mejor en la terracica esa, porque el Sheraton tiene su tranquilidad, su té y su canesú, pero es...no sé, inquietante.
Está en mármoles sin pulir de un color sanguina, como queriendo ser ese color orín del hierro...y no, no lo és, y queda como brusco, como un poco agresivo, por decir algo.
En la cafetería han puesto luego sofaces y sillas en tonos salmón, y claro, la cosa queda como más disimulado en gama. Pero lo que es la entrada, con esas sangres enderredor...pues impresiona.
Así que igual mejor el baretuco, o propiamente mi misma casa, que no está en Bilbao, sino en Algorta. Pueblo ideal para jubiletas, cosa más "servicios y mobiliario urbano" no se encuentra.
Ahora el colmo es ya un funicular que nos estan haciendo para bajar a la playa, y claro, está genial eso, porque alguna vez que se me escapa el perro y se baja al puerto o a la playa, luego subir en zig zag por esa ladera era un sufrir...pero estoy temblando de que no dejen ir con bicho (salvo que tenga carnet y sea tu suegra)porque tenemos un alcalde que tiene tirria a los animales de compañía de cuatro patas. Un sinvivir.
Quedamos primero, y decidimos luego.
Beso.
M.
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